He trabajado en la formación permanente del profesorado, desde la perspectiva del compañero de camino y con el ideal práctico de promover redes de aprendizaje horizontales y humanizadoras. He comprobado que las actividades formativas suelen adolecer de aquello que predican: la participación y la implicación de los docentes como protagonistas, la corresponsabilidad y el compromiso en hacer realidad lo aprendido. Se necesitan tiempos largos y relación continua en una comunidad presencial y virtual (ambas reales), si se pretende que las propuestas de metodologías activas aterricen en las situaciones complejas de cada centro educativo: aprendizaje cooperativo, ABP/PBL, educación conectada y expandida por las redes sociales, aula compartida con otros docentes y voluntarios/as, cambio de roles o Flipped Learning.

La etiqueta #nMOOC se refiere a esa especie existente, pero difícil de distinguir en la marea de los cursos dirigidos al profesorado: abiertos, participativos, no-masivos, conectados socialmente con entornos reales, contextualizados en las comunidades de aprendizaje.

Terminé por experimentar que el mejor escenario para el aprendizaje docente son los centros con un proyecto educativo coherente, como el IES Cartima, y los proyectos colaborativos en que participan maestros/aprendices de distintas procedencias (interdisciplinar, internivelar, intercentros): Atlas de la Diversidad, El bazar de los locosPalabras AzulesCallejeros Literarios, El barco del exilio, AporTICs y un larguísimo etcétera. Entre ambas formas hay semejanzas discernibles.

Todos los interesados en la formación de docentes como asesoras y asesores, maestros/as de maestros/as, tardan poco en darse cuenta de que el prototipo al que aspiramos y donde se realizan los sueños pedagógicos es la «Formación en Centros», a la que se acercan como si fuera terreno sagrado. La posibilidad de cambiar la educación, en favor de los aprendices, se genera desde el interior de los centros: responde a un proyecto educativo forjado en el crisol de la comunidad con los equipos educativos (y el claustro, en segundo plano), con el alumnado como sujeto consciente de su aprendizaje, con las familias organizadas para acompañar y aprender, con las instituciones y organizaciones sociales del barrio (el Consejo Escolar, en primer plano).

Los proyectos colaborativos suelen tener una vida suficientemente larga (al menos, un curso entero), como para que los participantes puedan compartir saberes, tácticas, habilidades digitales; y, en los mejores casos, debates pedagógicos y propuestas didácticas. A esa realidad se la ha llamado «entorno personal de aprendizaje» (PLE) o «red personal de aprendizaje» (PLN), pero necesita compromiso interpersonal para que genere cambios orientados por una comunidad viva y deje una huella biográfica en sus intérpretes/creadores de realidad.

Las neuronas humanas traducen la información en forma de narraciones y símbolos complejos (mixed, blended). Retraducido al lenguaje neurocientífico, podría decirse que se conectan biográficamente creando memoria a largo plazo: personal, social, colectiva. Por supuesto que hay aprendizajes a corto plazo, pero, valga la redundancia de Perogrullo, no nos acordamos de ellos.

El conectismo propiciado por las nuevas herramientas tecnológicas de comunicación y socialización necesita más espesura humana que la fluidez ambiental o los nodos de un entorno técnico, de acuerdo con un propósito ético. La disponibilidad para ayudar al semejante en la red y la apertura a una pluralidad de voces tienen raíces milenarias en nuestras culturas. Pues bien, a esa disposición ética y esa configuración interpersonal aspiraba el #nMOOC, durante su año de vida en TwitterLinkedin, Ning (Proyéctate), como cualquier iniciativa de aprendizaje en colaboración que tenga un recorrido largo y permita la interacción continuada entre personas, más allá de los límites de un curso monográfico o una plataforma, a través de distintas redes sociales.

Aunque se hable de «claustro virtual» para describir los vínculos que generan las redes sociales de aprendizaje, su espacio mental y su marco ideal son los equipos educativos que funcionan, cuando generan un ambiente de relación amigable y horizontal, en el que cabe el pensamiento crítico, la equivocación como oportunidad, la cooperación a través de roles intercambiables, el aprendizaje emocional.

Mientras tanto, sentimos nostalgia y melancolía por la erosión que provocan las relaciones superficiales en las redes, sea en el contexto digital, sea en comunidades educativas caracterizadas por la falta de colaboración y reconocimiento personal entre sus miembros. Creo que es bueno aspirar a mejorar nuestro ambiente, pero todavía mejor que cambiemos los mecanismos del sistema para hacerlo posible.

Más información:

«#nMOOC: ¿qué es eso?«: Educ@conTIC, Podcast 39, 13 de septiembre de 2013.

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